El pulso equilátero -por Guzmán Morales
Siwomat en Wowsville
El pulso equilátero
El bar (Wowsville) está en el corazón de Kreuzberg, a unos metros del Hobrechtbrücke. No es muy grande, y como la mayoría de los locales que hay en esa zona la ambientación está conectada con décadas pasadas; en este caso, muebles de los ochentas y pósters de los setentas. Tiene un salón que da a la calle donde está el mostrador y también hay un par de recovecos con sillones camino a los baños. Al bajar la escalera que está al fondo del local y atravesar un pasillo, hay una pequeña sala. Debe tener unos cuatro o cinco metros de lado, el techo no está demasiado alto y no hay ventanas; es como un prisma de aire enterrado debajo del bar. Algo más de veinte personas están paradas delante de una tarima. Alberto anda por ahí. Hoy es su cumpleaños número cuarenta; esa es la excusa. Encima del pequeño escenario está Toni sentado detrás de una batería y Paciuk, con su bajo enchufado a un pedal naranja, tiene un micrófono delante de él.
El murmullo de la gente se deshace cuando el bajo suelta su primer acorde. El volumen es importante y la sala no es tan grande: se escucha fuerte. La configuración instrumental parece no coincidir con lo orgánico del sonido. La música que genera el triángulo equilátero que conforman el bajo, la batería y la voz recorre un camino sinuoso. A veces queda dando vueltas alrededor de un círculo y en otros momentos trepa gradualmente o se deja caer en forma repentina, pero siempre manteniendo la misma textura. El público necesita de unos minutos para entrar en sintonía con el pulso que llega desde el escenario. Recién ahí es cuando los cuerpos entienden cómo deben moverse. Los cortes abruptos, los silencios algún instante más largo de lo habitual y el volver a arrancar potente también son parte importante de la propuesta de Siwomat. Los ataques del bajo distorsionado, el trabajo de relojería que hace la batería y la voz en trance completan un sonido que sacude el cuerpo. Todo junto, retumbando en el pequeño sótano, es como un mantra para humanos que cada vez se parecen más a la máquinas.
Tocaron casi una hora. Llegando al final del último tema Paciuk se descuelga el bajo, lo deja apoyado sobre el amplificador y desciende del escenario hasta meterse entre el público. El acople va perdiendo su volumen muy lentamente mientras los brazos y las piernas de Toni apalean sin respiro la batería. En medio de una bola de sonido de platillos y extenuado después de un solo feroz, Toni también abandona la tarima y se mezcla con el público. Entonces, los dos músicos y la gente se quedan un instante mirando hacia el escenario sintiendo cómo el sonido de los instrumentos y la vibración en los esqueletos termina de extinguirse.